El árbol que renace de sus cenizas
Fotografía tomada en diciembre de 2008, en la que se observan los brotes verdes de los árboles, cuando aún el terreno muestra el color negro de la calcinación. | Pascual Calabuig
Millones de años de evolución para sobrevivir a los incendios forestales provocados por los rayos en el Terciario, hacen hoy del pino canario (Pinus canariensis) el único tipo de conífera que resiste el fuego y que es capaz de brotar casi de sus cenizas.
«Algún día habría que hacer un reconocimiento a este maravilloso árbol», declaraba hace unos días el consejero de Medio Ambiente del Cabildo de Gran Canaria, Juan León Ojeda, mostrando así su gratitud a la singularidad de esta especie que, dos años después del incendio que arrasó 18.000 hectáreas de la isla en el verano de 2007, ha comenzado a reverdecer las cumbres de la isla.
«El pinar ya está muy recuperado. Antes de cinco años no se notarán las consecuencias de aquel gran incendio», asegura Gorgonio Díaz, coordinador de Medio Ambiente del Cabildo. Este experto destaca que una de las estrategias de la especie para sobrevivir al fuego ha sido la de dotarse de una corteza más gruesa –de hasta ocho centímetros–, que en otras especies de coníferas.
Imagen capturada en septiembre de 2007 en el pinar de Montaña Lina, que muestra el impacto del gran incendio de aquel verano. | Pascual Calabuig
Otra de sus excelencias frente al fuego es la de dispersar los piñones –cuando la piña se abre con el calor– gracias a un apéndice alar que les permite viajar a grandes distancias con el viento. Quizá la mejor de todas sus cualidades sea su capacidad para mantener células vivas en el interior de la madera, que si no queda afectada son las responsables del nuevo brote.
El pino canario es originario de la cuenca mediterránea, donde consiguió hacerse resistente en el Terciario. Sin embargo se extinguió hace más de cinco millones de años –a finales del Mioceno– en los drásticos cambios climáticos. Para entonces ya había colonizado las islas Canarias y otras islas de la Macaronesia, probablemente dispersado por las aves, donde sobrevive, y donde la actividad volcánica quizá le haya obligado a ser aún más resistente al fuego.
A la espera de que le levanten un monumento, este pino que se yergue con orgullo a más de 25 metros de altura, ocupa 70.000 hectáreas de las islas Canarias. Domina casi todas las cumbres de origen volcánico, porque, incluso, ha sido capaz de echar raíces sobre el malpaís, el suelo volcánico sin materia orgánica.
Sin embargo, pese a sus cualidades y excelente madera (lo que llevó a su sobreexplotación durante cientos de años tras la conquista de las islas), las repoblaciones del pasado siglo se realizaron con otras especies de pinos pirófitos, amantes del fuego. En contraste con las zonas quemadas hace dos años, donde el pino canario ya ha echado acículas verdes esta primavera, quedan las zonas devastadas por los incendios de los años 90.
Es el caso del Paisaje Protegido de las Cumbres de Gran Canaria, donde la repoblación de décadas atrás con pino insigne quedó calcinada. Sus tocones negros fantasmales son el testimonio de la nefasta política forestal del franquismo de introducción de especies no autóctonas.
Para recuperar la zona, dotarla de una nueva cubierta vegetal y reforestarla, el Cabildo de Gran Canaria y la empresa British American Tobacco han renovado un acuerdo de colaboración para plantar 10.000 árboles y otras especies autóctonas en 17 hectáreas. Brezo, madroño, tajinaste, salvia blanca o retama poblarán los actuales suelos desnudos, para después dar paso al pino canario.
Esta compañía tabacalera lleva tres décadas plantando árboles por todo el mundo. Ya son 400 millones de ejemplares los que crecen por su iniciativa. Su plan nació para surtir de madera a sus secaderos de tabaco en Indonesia y evitar la tala de los bosques más valiosos. Hoy, lo que promueven en Canarias y otros lugares afectados por incendios forma parte de su responsabilidad social corporativa.
En cualquier caso, el incendio de 2007 ha dejado secuelas graves. Cientos de ejemplares centenarios sucumbieron al fuego. No pudieron resistir porque tenían en muchos casos las heridas de la cata que los leñadores realizaban en la base para conocer la calidad de su madera. Además, el fuego destruyó más de 40 caseríos dispersos por el monte, la mayor parte con valores altos etnográficos.
Pero si hay una clara víctima, esa es el pinzón azul. Un pequeño pajarillo del que quedaban tan sólo 250 ejemplares y que tras el fuego vio disminuida su población a 111 individuos. La desdicha de esta subespecie endémica es que su hábitat es el pino canario. Su alimento principal son los piñones de estos árboles. Ya antes del incendio estaba catalogado en ‘peligro crítico’ en el Libro Rojo de las Aves de España. Hoy, es aún peor. Otro incendio podría terminar con él.
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